Al igual que el inolvidable Truman, interpretado por Jim Carrey, roza el horizonte con la punta de los dedos, el Festival de Cannes toma nota de las situaciones críticas del mundo para interpretarlo de nuevo. Crisis climática, catástrofes humanitarias, conflictos armados: los motivos de preocupación son numerosos. Como en 1939 y 1946, Cannes reafirma su convicción de que el arte y el cine son medios de reflexión y contribuyen a la reinvención del mundo. Y no olvida su compromiso fundacional descrito en el primer artículo de su reglamento: "El Festival Internacional de Cine tiene por objeto, en un espíritu de amistad y cooperación universal, identificar y dar a conocer obras de calidad con el objetivo de fomentar la evolución del arte cinematográfico".
El show de Truman, evocación moderna del mito de la caverna de Platón, del dúo Peter Weir-Andrew Niccol y dirigida por Peter Weir (1998), y esta escena decisiva en particular, invitan al espectador a palpar la frontera entre la realidad y su representación, así como a cuestionar los poderes de la ficción, a caballo entre la manipulación y la catarsis. Y si Truman, tras subir esas escaleras, escapa de la mentira, el Festival, a través de su alfombra roja, propone entrar en una sala de cine para descubrir la verdad de los artistas.